Blogia
manuela

Que no se me olvide nunca de dónde vengo

Que no se me olvide nunca de dónde vengo La otra tarde hablaba con una amiga de chat acerca de los inmigrantes que llegan a España a buscarse la vida.
Y me he acordado de que yo llegué aquí a lo mismo, a buscarme la vida, una vida mejor que la que mis padres podían ofrecernos en Andalucía.
Recuerdo mi primera impresión, no sé si con pena o miedo, pero era una ciudad muy grande y muy gris, muy oscura y además llovía. Yo venía de un pueblo de casas encaladas con un sol que alegraba, y sigue alegrando hasta a los cipreses del cementerio.
Guardo gratos recuerdos de mi vida en el pueblo, el olor a cafelito por las mañanas, los chiquillos de mi calle con los que jugaba en las noches de verano cazando lagartijas, las tardes sentada en las escaleras que llevaban al pajar (en esas, yo volaba daba unos saltos tan grandes desde sus escalones que me parecía que volaba) con un cubito de agua, un peine y a uno de mis vecinos, el más sumiso, sentado en el peldaño de abajo mio muy quitecito él mientras yo le peinaba mojando el peine en el cubito de agua.
Mi hermana cosía para la calle, bordaba sábanas para ajuares y en invierno combinaba este trabajo con la recogida de aceitunas.
Mi hermano estaba colocado en un taller de herreros, combinando este trabajo con el de camarero las noches de los fines de semana en "El Cimbronazo" la discoteca del pueblo y haciendo maceteros y cosas parecidas con sus amigos los domingos en una nave que tenía mi padre.
Con siete años en la cartera del colegio me trajeron a esta tierra.
Aquí ya había parte de la familia, ejerciendo como comerciantes, que la familia siempre fue muy del negocio... vender pescado en bicicleta por pueblos de Andalucía, tabaco de contrabando, fruta en la plaza... vamos, comerciantes.
Llegamos con un camión destartalado y accidentado (accidentado, porque mi padre tuvo un accidente con él en "la curva de Aranjuez" y le cogío miedo a las carreteras) con el que mi padre hasta entonces se buscaba las habichuelas, una mano delante y otra detrás. Como no había techo donde vivir, nos repartimos en casa de familiares. Mis padres y mi hermana en casa de unos tíos con cuatro hijas y un piso minúsculo. Mi hermano en casa de otros tíos con tres hijos, una perra y otros tres sobrinos más alojados en otro pequeño piso, mal que bien, pero alojados. Y yo, en casa de otros tíos, con tres hijos, y unos abuelos en otro minúsculo piso.
Buscaron entre todos una lonja para poner a vender a mis padres y a mis hermanos. En la trastienda, mi madre guisaba a escondidas.
Mi padre y mi hermano, que empezaban la jornada a las tres de la mañana (menuda herencia me han dejado) dormían la siesta encima de cartones en la trastienda, encima de sacos de patatas y cartones, para que no les llegase el frío del suelo ni la humedad. Mientras, mi madre y mi hermana fregaban y preparaban la tienda para las cinco de la tarde, hora en la que se reabría . A la noche, cada uno se iba a cobijarse en su techo ajeno.
Al tiempo, de pasar calamidades y penurias se ahorraron unos dinerillos para comprar un piso cerca de la lonja y por fin hubo casa familiar.
Aprovecharon los padres un fin de semana para ir al pueblo por las cosas de la casa, sábanas, mantas, cacerolas y todo lo que se podía aprovechar para no tener que hacer gasto.
Esa noche, me dejaron en casa de los propietarios de la lonja y vi mi primera película de dos rombos: Romeo y Julieta. Secretamente rezaba para que los propietarios del piso que habían comprado mis padres se dejasen un pianito de jugete que tenían en la habitación de su hija.
De ahí en adelante, en aquel piso de dos habitaciones, vivimos hasta ir saliendo del nido mis dos hermanos, el novio de mi hermana (que se nos unió meses depués) y yo.
Mis primeras vacaciones empezaron en la parte de atrás del viejo y destartalado camión. Ochocientos cuarenta kilómetros por carreteras de mala muerte,rebotando en la parte de atrás del camión, en agosto. Con mis hermanos, un colchón y un cubo por si teníamos alguna urgencia física camino del pueblo, a ver de nuevo esas calles que me vieron salir los dientes.
Hoy que viajamos en Mercedes y Toyotas, hoy que tenemos habitaciones de sobra, calefacción central y podemos elegir en qué techo pasaremos las vacaciones, hoy más que nunca, que no se me olvide de dónde vengo.

10 comentarios

Nanaimo -

Precioso relato lleno de sentimientos. Felicidades.

MimiJjjjjjodida -

Che, hace cuatro días que estoy arriba del mionca ese... No me podés cambiar la página?

la flo -

Será pija... Mercedes y Toyotas¡¡¡¡

Anónimo -

mmmmm el comentario de Oz sonaba irónico

LaVilRosa -

Me prestas tu Mercedes? Ok, me conformo con el Toyota.

mirome -

Vaya relato, impresionante.
Nunca paramos de asombrarnos.
Los ojos que hoy miran no entienden.
No es de extrañar que quien nace con "la suerte" de tenerlo todo a nivel material ignore los sudores de sus orígenes.
Cuanto pasado en tan corto presente.

Amanda -

Buen post Manuela!
Nunca hay que olvidar de dónde se viene. Eso te hace ser mejor persona y poder afrontar todas las situaciones habidas y por haber.
Saludos

perejil -

Efecto inverso:
Cuando miro de dónde vengo...
No quiero mirar por dónde estoy...

Mamuela la curranta -

Claro, cariñOz, es más este año prometo que tendremos vacaciones, lo prometo. Estaré sin trabajar.... ¿dos semanas serán demasiado?.
Te las dedicaré enteritas, lo prometo.

Oz extrañado -

¿Vacaciones? ¿Aún recuerdas qué era eso?